Tres Tesis sobre Lana del Rey
Elizabeth Woolridge Grant (Nueva York 1985), artísticamente conocida como Lana del Rey, nace en el seno de una familia católica de raíces escocesas. Sus biógrafos se concentran en una adolescencia problemática y embebida de alcohol que la llevó a un internado. Los mismos pensamientos tanáticos que la hicieron buscar la solución en el verde esmerilado de las botellas de vino la llevaron a estudiar artes y filosofía. Cursó sus estudios superiores en una universidad jesuita para “responder sus ansias sobre la muerte y cómo buscar acercarse a Dios a través de la tecnología”, declaró ella misma para Vogue. Luego de coquetear con la música un tiempo sin mucho éxito, su videoclip de Video Games la lanzó como una estrella global, posición que mantiene hasta hoy.
Su música es una que debí haber escuchado en la adolescencia, pero preferí la comodidad anestesiante de los gustos musicales heredados de mí padre. Al salir de ese dogmatismo blusero anacrónico, empecé a ampliar mis horizontes. Así llegué a la artista a quien le escribo estas páginas.
Lana del Rey me gusta mucho, algo que me llama la atención porque al contrastarla con su contemporánea Taylor Swift, quien cuenta con mayor popularidad, no pueden ser más disímiles en los efectos que producen en mi persona a pesar de incluso compartir productor en algunas ocasiones (el marido de Margaret Qualley). A partir de ese paralelismo desarrollé una tesis, adopté otra ajena como propia y finalmente busqué el espíritu que mueve la música de Lana. Las enumeraré en el orden cronológico en que me fueron convenciendo. No sé si son tesis tanto como pueden ser hipótesis, pero al menos espero que esta lectura, querido lector, le sea estimulante.
Las tesis van a ahondar en la teología subyacente a su obra, a cómo entiende al género masculino y al movimiento estético-político que para mí mueve su trabajo que es, en mi opinión, el fascismo.
La culpa la tiene Lutero
Las vidas de los artistas, así como sus opiniones, me suelen ser ajenas y no me producen mayor interés, a menos que sean imprescindibles para el análisis de sus obras. Sin embargo, el deseo de ignorar no me fue del todo respetado. Fui forzado a escuchar a Taylor, a conocer sobre sus vericuetos amorosos, su lugar de crianza, sus problemas con la discográfica, cómo pasó del country al pop y cómo transicionó de ser un símbolo republicano como niña buena, blanca y básica a un símbolo demócrata como niña buena, blanca y básica. Así como no hay nada de malo en ser básico, nada en su vida me conmovió como tampoco lo hicieron sus canciones. Puede ser que la palabra básica esté de más pero queda como ripio.
La autora de my pussy tastes like Pepsi-Cola sí lo hizo profundamente sin necesidad de obligar al oyente a hurgar en su historia de vida a menos que se case con un redneck o que alguien decida escribir sobre ella. En el caso de su reciente boda podemos decir que es más fácil entender la boda desde la música y no al revés.
¿Por qué me gusta Lana del Rey si comparte su público objetivo con “la industria musical” hecha carne? Por “su público objetivo” hablo de las mujeres y queers en su larga adolescencia; los grandes consumidores de estrellas pop.
En una charla de café, me dí cuenta que la razón detrás de mí interés por una y no por otra yace en una diferencia teológica. Mientras Swift es evangélica, Del Rey es católica, y esto claramente repercute en la estética de su música. No insinúo que sean militantes religiosas: ambas incluyen referencias a religiones que no son propias en favor del arte. Ambas incluyen simbología pagana o evangélica. Por ejemplo, Lana bebe de los evangélicos en su último álbum presentándolo como un gran fenómeno americano del que es observadora. Sin embargo, ¿quién no arrastra las concepciones de vida en las que fue formado? ¿Acaso no hay hasta ateos militantes que, sin saberlo, se encuentran igualmente condicionados por la religión a la que dicen oponerse mientras usan las armas evangelizadoras de su culto maternal?
Esto no pasa desapercibido en Swift. Da la sensación que no sabe divertirse, que le cuesta pasarla bien y que lucha por un placer sin vergüenza (pienso en Shake it Off o el temita ese donde defiende las disidencias sexuales). Se está revelando contra el puritanismo que la vio crecer.
Sus fans también están compenetrados en esta lógica evangélica con un fuerte sentimiento de apego a la figura de su pastora. Quieren que entres a la verdad revelada de su música.
También, hay algo también en su afán de lucro (por algo dicen que ella es “la industria musical”) que me parece muy auténtico y respetable, aunque no podría actuar de la misma manera. Me parece válido, pero no me seduce. Demasiado protestante, demasiado Robinson Crusoe.
En cambio, Del Rey es católica, y, en ella, el placer no siempre viene acompañado después de la culpa; sabe divertirse. De todas maneras, tengo la sospecha que para ella la culpa es un condimento al placer, que por ser prohibido se vuelve más satisfactorio. Me remito a la anécdota de aquella fiorentina que tomaba uno de los primeros helados hechos en la ciudad sobre el Ponte Vecchio y exclamaba “¡Qué lástima que esto no sea pecado!”. Pero tal vez esté haciendo una infundada eiségesis y sean cosas mías.
Pero si algo puedo afirmar es que en su catolicismo expresa que el Cielo es ganado a través del sufrimiento, o que, al menos, uno se ahorra tiempo en el purgatorio.
A ella le gusta sufrir por un hombre cuya poesía es mala y no se hace cargo. Le gusta ser la mujer golpeada y lo romantiza. En una entrevista dijo que hablaba sobre violencia doméstica de manera romantizada porque la consideraba una experiencia femenina. aclaró que no lo hacía porque fuera algo glamoroso, sino porque su propia esencia glamorosa impregnaba su arte. Esa misma fue su respuesta a las numerosas críticas provenientes de sectores progresistas y feministas
Ese masoquismo está presente en las letras, pero también en el hecho de poner una canción de ella para estar triste porque sus oyentes disfrutan ver las lágrimas bajar por su cara, porque son pretty when they cry. Ahí también está ese placer en el sufrimiento para ganarse el cielo.
¿Yo? Argentino. Swift, sin dudas, gana la batalla por la ética protestante y el espíritu del capitalismo pero prefiero las tasas de suicidio más bajas en los países ordenados bajo el Papa. No por nada me llamo Esteban como el primer mártir. Cositas de la vida.
“Coming of Age”
En esta posmodernidad, pareciera que ningún consumo se explica si uno no se siente identificado con él, y que debemos buscar personajes lo más parecidos a nosotros para “vivirlos”. Creo que esa búsqueda existe porque en el capitalismo nuestra identidad se forja en nuestros consumos; somos en la medida en la que consumimos y no mucho más. Otrora, cuando éramos nuestros vínculos familiares, nuestra geografía, nuestra trascendencia religiosa, nuestro gremio, etc., Hoy somos otakus, somos swifties, somos los funko-pops en la repisa, somos peronistas, y la mar en coche.
Si el consumo viene aparejado con la ventaja de reflejarnos para satisfacer un narcicismo un poco tonto, mejor. He allí ese énfasis en la representación artística de nosotros mismos sin mayor valor que la representación por sí misma. Una dañina manía de la democracia representativa que se traduce al ámbito artístico. Pero yo también soy culpable de haber nacido en este siglo.
En este caso, el paralelismo con Taylor Swift (esta idea que desarollo la encontré en un tuit eliminado) es sobre el tipo de hombre al que le cantan. Mientras una le canta a un hombre ideal, perfecto, que venga a amoldarse a sus deseos a priori, la otra le canta a un hombre que le pega, que es naif, que la ignora y que la tiene, a lo sumo, como amante y que, sin embargo, ella va a amar de todas maneras, no porque pueda con su amor arreglarlo, sino porque es imperfecto y porque es trágico.
Las dulces lenguas que se enredan en mis oídos mienten; yo tampoco soy perfecto. Por ello, como varón cis hetero sexual (otro consumo que identifica y define), me resulta más fácil encontrar mi reflejo en un hombre imperfecto más allá de toda redención, pero que es igual amado de forma incondicional.
Pero no seamos ilusos. Esa necesidad identificatoria quizá no exista. Puede que como hombre me guste más una que otra se deba a que me reconozco como no ideal; sé que las canciones de Taylor son escritos desde una fantasía idealizada. Al no serme creíble pasa a un plano de indiferencia porque el arte ha de ser creíble para poder tener algún efecto.
Creo que la perspectiva de Lana del Rey es muchísimo más adulta (sí, a pesar de que su pussy sepa a Pepsi Cola), pero Taylor Swift es de todas formas una artista que le habla a la naturaleza humana; esa que elige mentirse a sí misma y luego llora por el daño autoinfligido. Me identifico, sí, pero en este caso no me lo creo.
Autopistas, cafeteras, pastalindas
¿Cree usted en la muerte del autor?
Si definimos a grosso modo qué escuchamos, diríamos que es música nostálgica, tristona, acústica en su mayoría, a veces sinfónica. No obstante, se permite pinceladas de sintetizadores, samples, distorsiones, autotune, algo de rap, entre otros recursos. Es una experiencia que evoca el pasado, pero que está impregnada de modernidad. No parece tener mucho que ver con la industria del pop moderno; no encontramos muchos puntos en común en la experiencia de escucharla comparada con Ariana Grande o ni siquiera con Dua Lipa a quien en su álbum Future Nostalgia le podríamos decir cosas similares.
Como letrista, sus leitmotivs son lo americano, los hombres, la violencia, el pasado, el paso del tiempo, la muerte, las sustancias, la velocidad, la plata, etc.
Lo americano está a la vista: en algunas canciones, como National Anthem, es el tema principal, mientras que en otras pequeñas menciones, como Queen of Saigon, vemos sutilmente esa búsqueda de la máxima expresión de fuerza estadounidense, de ese imperio global que, durante la Guerra Fría, era larger than life. El New Deal, sí, pero también el macartismo, la familia nuclear con su rol tradicional de la mujer, el art decó, la segregación racial. Aunque ese último pecado no es reivindicado o, si lo es, es disfrutado culposamente, como en el video musical del tema susodicho. Deliciosamente disfrutado, podría seguir, pero, a riesgo de generar polémicas similares a las de Guillermo Moreno al opinar sobre la integración racial, prefiero dejarle el cierre de esta idea al propio lector
La violencia está y es romantizada a lo largo de toda su discografía. El ejemplo más claro es “He hit me and it felt like a kiss” (Me pegó y se sintió como un beso). Se podría decir que ella es parte de la comunidad masoquista y que los fetiches, consensuados, no lastiman a nadie, y estoy totalmente de acuerdo. Pero la canción habla por sí misma, y esa violencia doméstica es presentada como sensual, deseable y glamorosa; sí, glamorosa es como la define la autora, ella trata a estos temas de esa manera.
La muerte es la contracara de la violencia, el fin de esa pulsión tanática. Es ineludible incluso cuando no es textual: es ella la depositaria de los golpes del amante. Pero es textual (Born to Die) y transversal. Ineludible e infranqueable. Presente en cada tema.
La velocidad está, es la imagen que nos evoca Summertime Sadness en “Oh my God, I feel it in the air / Telephone wires above are sizzlin' like a snare”. Es también ubicua, difícil de no percibir en esa estética Art Decó. Parece música construida para manejar un auto de lujo a todo lo que nuestros deseos puedan hacer arder en el carburar de la máquina. No digo que los tempos de sus canciones sean rápidos, sino que, aún con esa lentitud característica, exalta la velocidad mucho mejor que una de Rápidos y Furiosos. Es ese desprendimiento terrenal, esa sensación de traspasar los límites de un repetitivo alumbrado público ladero en una visión de túnel que nos lleva violenta y horizontalmente hacia el punto de fuga.
Y luego está la nostalgia. Dios mío, la nostalgia. Nostalgia por un pasado mejor del cual descendimos, ya sea por la nación, por el rol de una mujer tradicional, por los momentos antes de la pérdida de la inocencia femenina o del desenamoramiento.
No debemos sorprendernos. “Estaba interesada en Dios y en cómo la tecnología podría acercarnos a descubrir de dónde venimos y por qué”, declaró, refiriéndose a su motivación para estudiar metafísica en la Universidad de Fordham. Es en la modernidad que se unen los conceptos, como podemos escuchar en la temática de Video Games en el trasfondo de sonidos digitales; en la distorsión por computadora del recuerdo en A&W, o en muchos de los beats de sus canciones.
Recapitulemos: violencia, velocidad, nostalgia, rol tradicional de la mujer, patriotismo, modernidad, horizontalidad, gloria, romantización de la juventud, etc. ¡Si tan solo hubiese una ideología que creyese que la muerte del espíritu se da en este contexto alienante, pero que puede ser revivido a través de una Nación que, apoyada en un pasado mitificado, avance rápidamente hacia el futuro gracias a la modernidad integrada en la vida cotidiana, y en la que la violencia sea una justificada forma de expresión social!
“¡Pero si tiene opiniones progresistas! ¡Menciona BLM y está a favor de la comunidad LGBT!” Absolutamente secundario. ¡Eppur si muove! claramente la experiencia estética se encuadra en ese futurismo italiano, en esa filosofía política hecha por y para artistas, formadora del fascismo. Ninguna posición progresista lo niega, como no lo negó el homoerotismo de la propaganda totalitaria ni Mussolini en África con la espada del Islam. Fascismo, señores, nada más ni nada menos. Ineludible al escucharla.
Esto no quiere decir que ella sea fascista, sino que la filosofía de su arte no está lejos de la definición. No es reaccionaria, como Kanye West, sino un motor hacia un futuro que busca resucitar dioses del pasado, incluso si para esto debe matarnos a todos los que estamos en el medio. ¿Quiere esto Lana del Rey? Es probable que no, de hecho en lo personal es bastante progresista, pero vivimos en una era donde los autores están más muertos que las deidades arcanas.
Tom Holland (el historiador, no el novio de Zendaya) sostiene que el fascismo nos parece tan aberrante porque es la contradicción total de los valores cristianos que dieron forma al pensar y sentir occidental. Es la gran diferencia de por qué aceptamos a los comunistas pero no a los fascistas: compartimos el orden axiológico y teleológico con los comunistas, con los fascistas no. Donde antes había compasión (“los últimos serán los primeros”) luego hubo desdén en una búsqueda de gloria y superioridad. ¿Cómo pueden coexistir en una sola autora un catolicismo y un fascismo estético entonces? Claramente hay una contradicción en las premisas del autor de este texto. Y, sin embargo, existió Italia que ha resuelto cualquier contradicción.
¿Y nosotros? Hoy, que consumir es ser, quienes prestamos oído también participamos en su música. ¿Acaso esto nos vuelve fascistas? ¿Católicos? ¿Amantes de hombres ingratos? No, obviamente que no. Tampoco está mal escucharla si su estética no se alinea ni siquiera en lo más mínimo con nuestros valores morales. El arte trata de producir sensaciones, es una obviedad. Ya le pedimos que sea buena y por eso le perdonamos algunos versos ciertamente desafortunados, incluso ripios inexcusables. Pedirle que sea buena artista me parece suficiente; exigir que la experiencia a la que nos someta sea además indicadora de sus creencias políticas, que exprese menos su religión en un mundo secularizado o que dé el ejemplo al hablar de sus relaciones amorosas me parece excesivo. Creo que esa honestidad también la hace una buena artista.
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Si les gustó, me harías un favor compartiéndolo. Esta entrada de mi substack existe porque nadie con dos dedos de frente publicaría esto en un medio importante. Les dejo de tarea escuchar A&W de su último álbum, donde para mí brilla tanto como deja versos para el olvido. Justamente porque es imperfecta y no se amolda a mis tres tesis tiene todo de lo que hablo y, sin embargo, es reacia a ajustarse a mis tres hipótesis, pero, por sobre todo, porque es honesta en un tiempo en el que la honestidad parece sacrilegio a la hora de sentir.
Finalmente quiero hacer dos agradecimientos y un pedido de perdón. A Franco y a mí cuñada, que me leyeron divagar con total paciencia, les agradezco entrañablemente. Por otra parte, le quiero pedir perdón a mi querida Aldana para quien es una herejía la crítica a autoras mujeres hechas desde un pedestal de privilegios y concepciones masculinas.